La sotana

Insistimos mucho para que aprendamos a “habitar” esta prenda. ¿Qué significa?

13 de marzo de 2024

 

Luis-María, seminarista.

 

 

El segundo domingo de Cuaresma, 12 hermanos de 5º año fuimos instituidos lectores. A partir de ahora, como consecuencia muy concreta de este paso hacia la Ordenación, llevamos diariamente la sotana a dentro del seminario.

 

Nuestro vínculo con la sotana es diferente para cada uno.

 

Ponerme la sotana cada día me recuerda que Cristo me llama a servir a mis hermanos y a entregarme completamente a la Iglesia. Al inicio, lo más sorprendente es sentir cómo cambia la forma en que te miran los demás. Debo admitir que no estaba indiferente al hecho de convertirme un poco en el centro de la atención, aunque las relaciones entre nosotros en el seminario volvieron a ser rápidamente naturales porque estamos muy acostumbrados a este vestido sacerdotal.

 

Se insiste mucho para que aprendamos a «habitar» esta prenda. ¿Qué significa eso?

 

Es aprender a llevar la sotana con sencillez, sin tener una actitud altanera.

 

Es también, y sobre todo, entrar en su profundo simbolismo. Es el signo de que nuestra vida está consagrada a Dios (o en camino hacia esta consagración), signo de que queremos pertenecerle cada día más; «El Señor es mi heredad» (Sal 15) rezamos al revestirla. Si es un signo de pertenencia, una pertenencia que nos llena de profunda alegría, entonces será también un signo del inmenso y tierno amor del Padre eterno por toda la humanidad. Al vestir la sotana, afirmo públicamente que soy una persona amada por Dios, y que toda persona está llamada a descubrir este amor.

 

Sin embargo, tengo que vivir de tal manera que mi vida no destruya este signo. Porque si utilizo la sotana para estar en el centro, para sentir que existo y que los demás me sirvan, entonces se convertirá en un obstáculo para la Revelación del amor del Padre.

 

Por eso tengo que recordar constantemente que yo no soy la Luz, sino, como san Juan Bautista, sólo un testigo de la Luz, que es, en realidad un puesto maravilloso.

Cristo es la verdadera luz que ilumina a todos, yo no. Me gusta ver así el color negro de la sotana. En la Transfiguración, Jesús dejó claro que Él es la Luz. «Sus vestidos se volvieron blancos y resplandecientes de una manera que nadie en la tierra puede igualar» (Mc 9,3). A él, pues, le corresponde la vestidura blanca. A nosotros, sus testigos, la vestidura negra. 

Nos recuerda que es a él a quien la gente debe dirigir su mirada y que, encontrándonos, deben ser conducidos a Cristo. La sotana es el dedo de Juan el Bautista que señala a Jesús, diciendo a la gente: «Este es el Cordero de Dios, que quita los pecados del mundo». La sotana se convierte así en una invitación cotidiana al que la lleva a que renuncie a sí mismo y siga a Cristo. 

Pues podemos reflexionar sobre estas palabras tan radicales de Jesús: «El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga» (Lc 9, 23). Entonces experimentaremos la alegría que sintió san Juan Bautista cuando vio que la multitud lo abandonaba para seguir a Jesús: «En las bodas, el que se casa es el esposo; pero el amigo del esposo, que esta allí y lo escucha, se llena de alegría al oír su voz. Por eso mi gozo es ahora perfecto. Es necesario que él crezca y que yo disminuya». (Jn 3,29-30)

 

Rezad por nosotros para que descubramos esta alegría de los servidores del Esposo.