¡Enviados a predicar!

Más que cualquier enseñanza, la predicación es una aventura pastoral y espiritual. A veces difícil, a veces apasionante, nos devuelve al corazón de nuestra vocación y de nuestro ministerio sacerdotal.

Hemos sido llamados a predicar. Como Moisés, Jeremías, Pedro y los apóstoles, Pablo y tantos otros. Nos hemos quedado atrapados en nuestros planes y deseos, en nuestra timidez y mediocridad. ¿Por qué razón? No tenemos ni idea. Y como un tesoro, llevamos dentro el testimonio de Jesús: «El que me ha enviado está conmigo». (Jn 8,29)

A menudo pienso en los temores de Moisés: «No me creerán» (Ex 4,1) «Nunca se me han dado bien las palabras… (Ex 4,10) «Por favor, Señor, envía a otro» (Ex 4,13).

La legitimidad del predicador no reside en sí mismo, sino en quien le ha enviado.

Si predicar es una vocación, entonces no se trata sólo de algo que decir o transmitir. Se trata de dedicar tu vida y tu historia a la Palabra. Los profetas y los apóstoles comprendieron, a veces temblando, que toda su existencia se jugaba en esta llamada.

Por eso, ante cualquier calidad de expresión, el predicador puede apoyarse en ese «don recibido» que hay que reavivar (2 Tim 1,6) y volver a menudo a ese «amor de los primeros tiempos» (Ap 2,4) que un día se apoderó de él.

«Para ser un buen predicador, no hace falta ser un gran orador. Es cierto que el arte de la oratoria, o la capacidad de hablar en público, incluido el uso apropiado de la voz y los gestos, contribuye a la eficacia de la homilía […]. […] Lo esencial es que el predicador se preocupe de poner la Palabra de Dios en el centro de su vida espiritual, que conozca bien al pueblo al que se dirige, que reflexione sobre los acontecimientos de su tiempo, que busque constantemente desarrollar las capacidades que puedan ayudarle a predicar de modo adecuado y que, sobre todo, consciente de su propia pobreza espiritual, invoque con fe al Espíritu Santo, principal autor capaz de abrir el corazón de los fieles a los misterios divinos»[1].

Predicar es mediar

Por encima de todos los consejos prácticos sobre retórica y estilo, éste es, en mi opinión, el único criterio importante para evaluar nuestra predicación: ¿Estoy hablando de Dios? ¿Estoy hablando a la gente? Quizá el reto espiritual de la predicación sea simplemente no deslizarse hacia una dimensión de dos términos:

  • Dios y yo. Los fieles asisten entonces desde fuera a una meditación personal que, de otro modo, podría ser profunda. «El predicador también debe escuchar a la gente, para descubrir lo que los fieles necesitan oírse decir. El predicador es un contemplativo de la Palabra y también un contemplativo del pueblo». (Evangelii Gaudium, 154). ¿A quién nos dirigimos? Jesús no habla de la misma manera a la multitud, a los discípulos, a los fariseos o a los Doce.
  • Yo y los fieles. La relación es más directa, la predicación más viva y quizá más simpática. Pero sin profundidad teológica, sin escucha de la Palabra, la gracia se pierde. La mundanidad espiritual se expresa en banalidades políticas, psicológicas o literarias…

Si la predicación es una mediación, debemos tener cuidado de no convertir a los fieles o a Dios mismo en espectadores de nuestro ministerio…

La predicación es una traducción

«Si vuestra lengua no produce un mensaje inteligible, ¿cómo podréis reconocer lo que se dice?» (1 Cor 14,9) La predicación es una traducción porque el Verbo se hizo carne. Se hizo visible y habló la lengua de sus contemporáneos para evocar el misterio de la misericordia y la salvación.

«Naturalmente, palabras importantes de la tradición – como sacrificio de expiación, redención del sacrificio de Cristo, pecado original – son hoy incomprensibles como tales. No podemos trabajar simplemente con grandes fórmulas que son verdaderas, pero que ya no encuentran su contexto en el mundo de hoy. A través del estudio y de lo que nos dicen los maestros de teología y nuestra experiencia personal de Dios, debemos dar forma concreta a estas importantes palabras, traducirlas, para que puedan formar parte del anuncio de Dios al hombre de hoy». (Benedicto XVI, Discurso al clero en Roma, 27 de febrero de 2009)

Nuestro vocabulario religioso no siempre es audible. Cuando utilizamos el término «conversión» en nuestra predicación, mucha gente pensará que estamos hablando de un cambio de religión. Los más fieles entenderán que estamos llamando a esta transformación del corazón a través del poder del Evangelio.

La predicación es un esfuerzo de traducción, porque se nos invita a «dar razón de la esperanza que hay en nosotros» (1 Pe 3,15). El reto es servir al misterio sin aplanarlo, abrir los tesoros del conocimiento y no encerrar el Reino de los Cielos (Mt 23,13).

Otra forma de traducir es encontrar imágenes que evoquen algo en la imaginación de la gente. Es el sentido profundo de las parábolas lo que permite unir el misterio de Dios y la vida cotidiana de las personas. «A primera vista, al oyente no le cuesta entrar en el mundo ordinario de la parábola, pero muy pronto se da cuenta de que hay precisamente algo que no encaja en la vida cotidiana, que lo ordinario está adquiriendo, en las palabras de Jesús, un carácter extraordinario: el sembrador que desperdicia la semilla, una gallina que es la Salvadora, un pastor que abandona noventa y nueve ovejas para buscar otra… Así se realiza la reconciliatio oppositorum, que Aquel que es extraordinariamente ordinario vino a predicar y sintetizar en sí mismo: el Hijo de Dios que es Hijo del Hombre. «[2]

«Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21) es la petición que se hace a Felipe en el Evangelio de San Juan. Es también lo que puede resonar en el corazón de los predicadores con sencillez y fe.

[1] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina, Directorio sobre la homilía, París, Les éditions du Cerf, 2015, p. 14-15.

[2] Nicolas Steeves, Gaetano Piccolo, Et moi, je te dis : imagine, París, Les éditions du Cerf, 2018, p. 100.

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Biographie

Jean-François Guérin

Jean-François Guérin naquit à Loches au cœur de la Touraine le 25 juillet 1929 d’Albert Guérin et de Camille Linard, charcutiers dans cette ville ; il fut baptisé le 9 mars 1930 dans la collégiale Saint-Ours sous le prénom de Jean. Ses deux parents sont originaires d’Artannes-sur-Indre où il suivit sa première scolarité, dans une famille qui n’était pas particulièrement marquée par la foi.

Installé chez sa mère à Paris, il s’ouvrit de sa vocation à un prêtre de Versailles. C’est pourquoi, contre l’avis de sa famille, il entra au séminaire de Versailles, en 1949, à vingt ans. Les premières années de sa formation furant vraiment fondatrices pour lui, marquées par la forte spiritualité sacerdotale enseignée par les formateurs sulpiciens. Ces années furent coupées par son temps de service militaire en Tunisie et marquées par le décès de son père. Premier tournant dans son itinéraire : il décida de quitter Versailles pour revenir à Tours, puis il intégra le Séminaire français de Rome et, le 29 juin 1955, il fut ordonné prêtre en la cathédrale Saint-Gatien par Mgr Gaillard.

D’abord vicaire à la cathédrale de Tours, il fut nommé aumônier des lycées Descartes, Balzac et Grandmont à Tours où sa santé souffre un peu de l’intensité de son engagement auprès des jeunes. Souvent il les emmena à Fontgombault, une abbaye bénédictine qui eut une importance centrale dans sa vie et son sacerdoce : il en devint oblat en 1961. Quittant Tours, il fut envoyé à Paris pour des études de droit canonique, qu’il commença en 1965.  Pendant ces études, il était aussi confesseur à la basilique du Sacré-Cœur de Montmartre, où il fut inspiré par les intuitions ecclésiales et missionnaires de Monseigneur Charles, recteur de la Basilique, avec lequel se créa une amitié. Les études terminées, il devint délégué général de l’Œuvre d’Orient en 1968 et garda cette charge, qui consistait à recueillir des fonds pour aider les écoles, dispensaires et œuvres caritatives dans les paroisses de toute la France, jusqu’en 1975.

À Paris, son ministère se déployait entre l’œuvre d’Orient, la mission de chapelain au Sacré Cœur et un ministère qui se dessina peu à peu auprès d’étudiants, hommes et femmes, qui le rejoignirent bientôt pour une heure d’adoration silencieuse mensuelle, à Montmartre. De ce silence, naquit l’idée d’une messe hebdomadaire en 1968. Elle est célébrée à la chapelle du Bon Secours, rue Notre-Dame-des-Champs, chapelle toute proche des bureaux de l’Œuvre d’Orient. L’abbé Guérin entendait donner à ces jeunes gens une solide formation centrée sur la vie intérieure, la vie sacramentelle, sur le discernement des vocations, mariage, sacerdoce, vie religieuse. Son action apostolique auprès de ce groupe comprendra aussi des camps – un mélange entre retraite et vacances, ce qui donna naissance aux futurs « Routes Saint-Martin ». Mais dans le temps de la réforme liturgique, il leur transmit aussi sa docilité envers les décisions du Concile et du Pape, face à certains qui ne veulent rien entendre sur le nouveau missel promulgué par le Pape Paul VI.

Proche des moines bénédictins de Fontgombault et des Sœurs Servantes des Pauvres, l’abbé Guérin accompagna des jeunes vers des vocations religieuses, contemplatives et apostoliques. Mais, plusieurs jeunes gens lui partagèrent leur désir de devenir prêtres diocésains. En février 1976, le cardinal Siri, archevêque de Gênes et Dom Jean Roy, Père Abbé de Fontgombault, se rencontrèrent à Rome où ce dernier demanda au cardinal s’il est possible d’accueillir des amis français à Gênes. L’accord fut immédiat : les études au séminaire seraient gratuites et un couvent capucin situé à dix-sept kilomètres du centre-ville serait mis à leur disposition. C’est alors que le 1er novembre 1976, commença la Communauté Saint-Martin par un cours intensif en italien ; suivirent les travaux à entreprendre au couvent de Voltri qui est en très mauvais état. Les années italiennes furent celles de la fondation, avec l’appui constant du cardinal Giuseppe Siri, qui, à sa démission, nomma l’abbé Guérin chanoine d’honneur de sa cathédrale.

L’année 1993 fut celui du retour en France, pour les membres de la Communauté. Aidé par les premiers membres, l’abbé Guérin guida cette installation à Candé-sur-Beuvron, dans le diocèse de Blois. Ce furent des années plus difficiles, marquées par différents problèmes de santé. L’abbé Guérin fut de plus en plus secondé. En février 2004, il présenta sa démission. Demeuré à Candé, il fut rappelé à Dieu le 21 mai 2005. Après ses obsèques à la cathédrale Saint-Louis de Blois, il fut inhumé au cimetière d’Artannes-sur-Indre, son village natal.

Le 18 juillet 2024, un communiqué faisant état des conclusions du rapport de la visite pastorale a révélé des faits reprochés par plusieurs anciens membres de la communauté à l’abbé Guérin. Nous entendons avec douleur la souffrance que certains ont pu exprimer auprès des visiteurs et allons effectuer courageusement ce travail de relecture qui permettra de faire évoluer cette page. Afin de recueillir la parole des personnes qui souhaiteraient se manifester, vous pouvez contacter, au nom de Mgr Matthieu Dupont qui a été nommé assistant apostolique de la communauté, la Cellule d’écoute des diocèses des Pays-de-Loire à l’adresse suivante : paroledevictimespaysdeloire@gmail.com

Biographie

Don Paul Préaux

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Don Paul Préaux, né le 6 octobre 1964 à Laval (Mayenne), rentre au séminaire de la Communauté Saint-Martin alors installée à Voltri (diocèse de Gênes, Italie) en 1982. Il est ordonné diacre en avril 1988 à Saint Raphaël (Var) par le cardinal Siri et obtient son baccalauréat de philosophie et de théologie. L’année suivante, le 4 juillet, il est ordonné prêtre à Gênes par le cardinal Canestri.

En 1990, don Paul obtient une licence canonique de théologie dogmatique à Fribourg (Suisse) et devient responsable de la maison de formation de Voltri. Il est envoyé à Rome en 1992 pour l’année d’habilitation au doctorat et commence ensuite sa thèse.

Nommé, en 1995, chapelain au sanctuaire de Notre-Dame de Montligeon (Orne), il devient recteur de ce sanctuaire consacré à la prière pour les défunts, charge qu’il occupera jusqu’à son élection comme Modérateur général de la Communauté Saint-Martin. Pendant cette période, don Paul est également membre du conseil presbytéral du diocèse de Sées pendant six ans et secrétaire du même conseil pendant 3 ans.

Docteur en théologie en 2005, don Paul est l’auteur d’une thèse sur Les fondements ecclésiologiques du Presbytérium selon le concile Vatican II et la théologie post-conciliaire. Enseignant la théologie dogmatique à l’École de théologie de la Communauté, depuis 1993, il intervient également dans différents lieux d’enseignement, comme le Centre d’études théologiques de Caen. Il est également sollicité pour prêcher des retraites et intervenir dans différents diocèses et communautés, notamment des thèmes de la spiritualité sacerdotale et de l’espérance chrétienne, sur lesquels il a publié des ouvrages.  Renvoi à la page de ses publications.

Le 26 avril 2010, don Paul Préaux est élu Modérateur général de la Communauté Saint-Martin et réélu en 2016 à cette charge pour un nouveau mandat de six ans. Il est à nouveau élu à cette charge en 2022 pour un dernier mandat.